Las monjas me pegaban mientras que los gatos me salvaban.
Caminaba sola y distante de todos los demás. Nunca supe
decir basta.
Corría y corría y al final caminando llegue.
Me escondía detrás de las cortinas sucias y amarillentas de
hospital en el colegio, mientras mis pies, mis pechos y mi nariz sobresalían.
Pintaba pájaros y casas de negro. Y sentía perfectamente
como las cucarachas trepaban por mi piel.
Valiente y despistada. Miedosa y delicada.
Nunca supe elegir mesa, siempre confié en el azar.
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Historias que contar