Ojos que no ven, corazón que no siente. Dicen.
Pero esta vez su corazón la advertía que aunque seguía
latiendo con la misma fuerza, quizás debía cambiar de revoluciones.Sentía su pulso rápido y su piel fría. No podía mirar al
cielo porque tendría que cerrar los ojos y ella debía seguir caminando hacia
delante. Ella siempre miraba al cielo para buscar el calor de su madre cuando
algo la preocupaba, y esta vez parecía que su madre lloraba, lloraba mucho.
La calle era como un concurso de obstáculos, donde la
recompensa no estaba clara. Después de que el reloj marcara la media tarde,
ella llego a su destino. Escurría su camisa y su pelo como una bayeta de cocina
empapada. Podría llenar cubos de agua para media ciudad. Empezó a temblar y a
rezar. Ojalá su mentira fuera la única verdad.
Allí estaba, de pie, mirando al frente intentado traspasar
con la mirada la puerta para no tener que acercarse más. Allí estaba, sintiendo
el frío del agua y del pomo en su mano y poco a poco en su corazón. Que
rápidamente se pararía unos segundos al contemplar que el amor vestido de sexo
se había escapado, se había compartido y ahora sí tendría que aceptarlo. Porque
exactamente, el que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla. Y hay veces
que la verdad puede doler como acostarse en una cama llena de agujas.
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